lunes, 15 de noviembre de 2010

ASI ERA MI NONO JORGE

Apenas tenía cincuenta años cuando ya su cabeza estaba totalmente cubierta de canas. Era alto, robusto, pero enfermo del corazón.
Era todo ternura. Me llamaba "la petisa". Además de ser el comisario del pueblo, arreglaba armas, relojes, cortaba el pelo, hacía licores y comidas de origen suizo.
Cuando florecía la planta de jazmines que había en el patio de mi casa un día de todas las semanas formulaba el mismo petitorio:
_Petisa, ¿me acompañas al cementerio?
Yo era muy juguetona, no me gustaba abandonar a mis amigas, pero al nono bueno y cariñoso no se podía decirle que no.
Así que comenzábamos a caminar con el ramillete de jazmines cuyo perfume nos acompañaba todo el trayecto.
Ibamos por las vías del tren, era mucho más corto el viaje, y mientras lo hacíamos llegó a contarme muchísimas historias, que comenzaba o finalizaba con una declaración:
_Mirá petisa, este trayecto yo lo hago casi todas las noches.
Y yo no dejaba de preguntarle:
_¿Por qué nono?
Entonces el nono Jorge muy serio comenzaba con sus anécdotas.
En aquella época venían de otros lados muchos hombres que juntaban maíz o realizaban otras changas. Eran los "crotos" como nosotros los llamábamos, linyeras que iban a dormir al cementerio. Allí se reunían y se armaban peligrosas grescas.
Mi abuelo Jorge me contaba que muchas veces se encontró con estas peleas y él solo se encargaba de desarmarlos.
Yo me asustaba mucho y lo retaba:
_Nono ¿por qué venís solo? ¿ no tenés miedo?
El siempre me contestaba lo mismo:
_Es mi deber, petisa, tengo que cumplir con mi deber de comisario.
Murió a los cincuenta y cinco años, estaba muy enfermo del corazón.
Tal vez él me lo anunciaba: "ERA EL CUMPLIR CON SU DEBER". Tomó con demasiada responsabilidad su cargo de comisario.
Nono Jorge estoy muy orgullosa de poder recordarte así.

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